Instrucciones para hacer Latifundios
Sobre Benetton, la Patagonia argentina y la
resistencia Mapuche.
Por Sebastian Hacher
sebastian@riseup.net |
Bariloche es una ciudad de postal. En las calles céntricas está
prohibido romper el estilo arquitectónico, y la vista del lago, con
las montañas nevadas de fondo es un espectáculo que atrae
a viajeros del mundo entero. En el Centro Cívico, donde esos turistas
hacen cola para sacarse fotos, hay un monumento a un genocida, nombrado
prócer de la patria por sus masacres contra el pueblo Mapuche. En
el monumento, por más que cada tanto los empleados de la municipalidad
lo limpien, es constantemente pintado con un kulltrun, uno de los más
característicos símbolos Mapuche, y una consigna que dice
mucho: todavía estamos.
Esa quizás sea una muestra de los tiempos que corren en el sur de
nuestro país; la historia de mármol frío y calculado
de nuestras oligarquías y la mano rebelde que se niega a desaparecer,
que se cuela en medio de las postales para decir algo tan simple como que
todavía estamos vivos.
Es desnudar que la guerra no ha terminado, que la "conquista del desierto"
continúa hoy bajo otro ropaje, pero con el mismo contenido.
La que sigue es una historia donde el pasado y el presente se confunden,
se mezclan y repiten como las estaciones del año. Porque el pasado
es la materia prima del presente, y es también lo que enseñaron
los abuelos en un idioma secreto, nunca aprendido por el hombre blanco.
Es un recuerdo de lo que es y de lo que queremos que sea.
En el fondo, el problema sigue siendo el mismo; corporaciones extranjeras
y nacionales se quieren repartir la Patagonia para la explotación
ganadera, turística y ahora también minera, con la complicidad
del estado argentino. Y para hacerlo deben no solamente destruir el medio
ambiente, sino también a sus hijos, los Mapuche, la gente de la tierra.
Este trabajo intenta ser un pedazo pequeño de esa historia grande
y dolorosa, escrita al calor del drama actual que viven decenas de familias
Mapuche del sur del país que han sido o están a punto de ser
desalojadas.
Es también un intento de sistematizar información sobre la
actividad de algunas corporaciones, principalmente Benetton, dueña
de un territorio que equivale 40 veces al que ocupa la Capital Federal.
No tratamos aquí el tema de las empresas petroleras, de otros terratenientes
o, en extenso, el problema de las empresas mineras. La dimensión
del conflicto, de la lucha de intereses contrapuestos que tiene lugar en
la estepa y en la cordillera patagónica, es tan basta y compleja
como el territorio que ocupa.
Partimos de algunas consideraciones generales para detenernos en la zona
de Cushamen, en el sur de Chubut, y allí en dos casos concretos:
el de la comunidad Vuelta del Rio contra terratenientes locales, y más
concretamente el caso de la familia Fermín. En la segunda parte ahondaremos
en la historia de la familia Mapuche que sin quererlo desnuda la naturaleza
y los verdaderos intereses de la corporación Benetton en el sur de
nuestro país y, por último, en un artículo escrito
posteriormente, en una nueva amenaza de desalojo de parte de Benetton y
el estado provincial contra 8 familias Mapuche.
Parte I Instrucciones para hacer latifundios
En 1872 comenzó una nueva defensa de la tierra empecinada en ser
una y sin fronteras desde el Atlántico al Pacífico. Al mando
de Calfucura 6000 hombres vestidos con cuero de guanaco y armados con lanzas
avanzaron hasta Alvear, 25 de Mayo y 9 de Julio, en lo que ahora llaman
Buenos Aires. Desde allí y hasta los hielos del sur llegaban entonces
las tierras que habitaban los Mapuche, un paraíso natural que los
blancos llamaban todavía desierto.
Fueron años de lucha y sangre. En Enero de 1876, al mando de Nanumcurá
y Rumay los kona pelearon en Olavarría, Azul y Tapalqué. En
Tres Arroyos y Necochea combatieron cuerpo a cuerpo en la niebla, y rodearon
a las tropas de Levalle y Maldonado. Fue todo un año de guerra para
evitar que los invasores siguieran corriendo su frontera. De a caballo y
con sus tolderías se hicieron fuertes en el sur del Rio Colorado
y el enemigo, al mando de Alsina, comenzó a construir una zanja faraónica
desde Bahía Blanca hasta el sur en la cordillera, una línea
de tierra y fortines que separaba su latifundio de la tierra libre.
Y entonces llegó Julio Argentino Roca, el genocida Ministro de Guerra.
Regminton y telegrafo se llamaron sus banderas tomadas de la mano de la
corona Inglesa.
Cinco columnas tuvo la mal llamada "campaña al desierto".
En el la primera, dirigida por Roca, debía alcanzar la isla de Choele-Choel
en el río Negro; la segunda división, al mando de Nicolás
Levalle, debía marchar de Carhué a Chadi Levu y el río
Colorado. La tercera división, dirigida por Eduardo Racedo, desde
el sur de Córdoba debía recorrer el área de los ranqueles.
La cuarta división, bajo el coronel Napoleón Uriburu debía
partir de San Rafael, Mendoza, y recorrer toda la zona cordillerana hasta
Chos Malal en Neuquén. La quinta división, comandada por Hilario
Lagos debía esperar órdenes en Trenque Lauquen, y le encomendaron
dirigirse a Tobay.
Los resultados de la masacre todavía hoy son glorificados por la
historiografía y la iconografía oficial, desde los manuales
de escuela hasta, en su versión aggiornada, en los billetes de 100
pesos.
En su informe sobre los resultados, el Ministro de guerra Julio A. Roca
decía que en 1879 "Se trataba de conquistar un área de
15.000 leguas cuadradas ocupadas cuando menos por unas 15.000 almas, pues
pasa de 14.000 el número de muertos y prisioneros que ha reportado
la campaña. Se trataba de conquistarlas en el sentido más
lato de la expresión. No era cuestión de recorrerlas y de
dominar con gran aparato, pero transitoriamente, como lo había hecho
la expedición del Gral. Pacheco al Neuquén, el espacio que
pisaban los cascos de los caballos del ejército y el círculo
donde alcanzaban las balas de sus fusiles. Era necesario conquistar real
y eficazmente esas 15.000 leguas, limpiarlas de indios de un modo tan absoluto,
tan incuestionable, que la más asustadiza de las asustadizas cosas
del mundo, el capital destinado a vivificar las empresas de ganadería
y agricultura, tuviera él mismo que tributar homenaje a la evidencia,
que no experimentase recelo en lanzarse sobre las huellas del ejército
expedicionario y sellar la toma de posesión por el hombre civilizado
de tan dilatadas comarcas." (Buenos Aires, 1881).
Militares, comerciantes, ganaderos y hombres de la corona británica
plantaron alambrados y vacas en donde antes había viento y libertad.
Siete hilos de alambre, fusil, casaca militar y olor a bosta fueron los
símbolos de la gesta oligárquica. Encerraron los valles y
los ríos, las pampas y los cerros. La tierra ensangrentada fue descuartizada
por los títulos de propiedad repartidos como margaritas, y los ingleses
se llevaron la mejor parte.
Solamente en 1885 el estado argentino repartió 4.750.471 hectáreas
entre 541 personas. Si se amplía el cálculo, desde el inicio
de la ofensiva en 1875 hasta la consolidación en 1903, las tierras
regaladas o vendidas a bajo precio ascienden a 41.787.023 hectáreas
a 1843 personas, muchos de ellos extranjeros.
Que los estancieros le hayan pagado un tributo a Roca con monumentos y nombres
de avenidas en las ciudades que se fundaron a la vera de sus latifundios,
es un dato entendible si lo miramos a la luz de su obra.
-Llegan los perseguidos a abrazar la tierra nuevamente
Terminada oficialmente la "Campaña al Desierto" en 1885,
hasta las fronteras del país alambrado llegaron los sobrevivientes.
Viajaron en carros tirados por bueyes, con unos pocos caballos y las pilchas
a cuestas. Llegaron desde la tierra al sur del Bio Bio, en lo que ahora
llaman Chile, perseguidos y diezmados. Vinieron con sus esperanzas y dolores
desde San Martín de los Andes, desde Neuquén y desde las antiguas
fronteras que llegaban hasta el sur de Buenos Aires, donde se había
combatido palmo a palmo el terreno con las tropas invasoras.
En el camino carneaban animales, levantaban la toldería para descansar
y seguían. Avanzaban al ritmo de la represión, de los estampidos
de los fusiles que rompían el silencio de la noche para robarse vidas.
Muchos viajaron de a pié, durmieron en cuevas o improvisaron chozas
con juncos revocados con barro. Se movían de a grupos y con sigilo,
porque cuando el enemigo los cazaba, los llevaban caminando y atados hasta
las estancias de Buenos Aires, y los que no morían en el camino de
hambre, cansancio o rebeldía, eran utilizados como esclavos en las
estancias que se habían conquistado a punta de fusil. La que antes
era tierra de libertad, se había convertido en mazmorra a la luz
del sol.
Cuenta la leyenda que algunos huyeron del cautiverio desnudos y hambrientos
y que un gigantesco animal se apareció en su camino, y la intervención
de un tigre los salvó de la muerte. Como un regalo de la tierra,
la fiera se convirtió en protector; afiló sus garras contra
un árbol y cazó para alimentar a sus nuevos hijos. De allí
viene el apellido Nahuelquir; hijo del tigre.
Precisamente Miguel Nancuche Nahuelquir se llamaba el longko que peregrinó
hace más de un siglo desde las tierras de los sobrevivientes hasta
Buenos Aires. Viajó con la esperanza a cuestas de un puñado
de familias, para obtener un respiro en la persecución. Su gente
se había asentado entre la cordillera y el río Chubut, allí
donde mucho antes habían vivido los que eran conocidos como Los Manzaneros,
del pueblo Chehuelche.
Recién en 1889, una vez repartidas las mejores tierras entre los
estancieros, el entonces presidente Roca reconoció la ocupación
territorial de la tribu de Nahuelquir. Con un decreto creó la reserva
indígena conocida como Colonia Pastoril Cushamen, de 260.000 hectáreas,
limitada y rodeada por estancias inglesas en la zona que todavía
hoy ocupan gran parte de la provincia de Chubut.
El mismo Nahuelquir se instaló con otras familias en el paraje que
hoy se conoce como Vuelta del Rio, y allí intentaron hacer, por fin,
una vida ligada a la tierra sin sufrir más persecuciones.
El primer registro público de una inspección en esa zona data
de 1905, y nos habla de casas de barro con techo de cuero o paja y plantaciones
de trigo y hortalizas. La tierra estaba, como ahora, dividida en lotes,
pero los límites eran siempre difusos y quién estaba un año
en un lote podía estar en otro al siguiente, buscando mejores pastos
para las ovejas, vacas y yeguadizos que se crían en la región.
Las familias que iban llegando eran acomodadas por la comunidad en diferentes
zonas, y los campos eran utilizados -como se sigue haciendo en la actualidad-
en forma compartida.
Hasta allí llegaron los protagonistas de esta historia, familias
Mapuche que todavía en la actualidad están en peligro de ser
desalojados.
-Vinieron los comerciantes, como cualquier otro paisano.
Pero la masacre también había abierto las puertas de la Patagonía
a los aventureros, comerciantes y especuladores que vieron en la región
una oportunidad para "hacer la América". Entre los que
llegaron, estaban la familia de Breide y de El Khasen, dos turcos cuyos
nombres y andanzas se repiten todavía hoy en toda la región.
Doña Segunda Huilinao, pobladora de Vuelta del Rio desde su nacimiento,
nos cuenta la historia sin dejar de amasar. No sabe ni leer ni escribir,
pero cuando nos dice "Yo lo se porque mi abuela me lo contaban así"
su testimonio se vuelve uno de los mas precisos para entender lo que pasó
y lo que está pasando. En la memoria colectiva es donde se escriben
las verdades de su pueblo. "Cuando vinieron los Breire llegaron
como cualquier persona, con un burrito de tiro, con pilchero, trayendo los
alimentos en un baúl, y salieron de mercachifles, vendiendo por kilito
y como no había negocios la gente les compraba. Hacían cambalache,
así se le dice al cambio por animales. Y así empezó
a trabajar el finado y puso un negocio, en una casa que no era de él.
Era la casa de Fernando Nahuelquir y así quedó hasta ahora.
Después se puso una estancia, una grande. Así también
llegó El Khasen. Toda esa cordillera allá es de El Khasen,
de cuando embargó y puso a la gendarmería y vinieron con el
juez, embargaron animales, tierra y así lo ponían todo bajo
alambre. Breide hizo lo mismo, primero alambró donde estaba la abuela
de Doña Fidelina, estaba sola y vino Breide con los gendarmes a quemarle
la casita, la huerta, todo lo que tenían, y le tiraron todo donde
está salita ahora. Todas esas cosas que fueron surgiendo, nadie dijo
nada, pensaron que ellos cometían un delito si iban a denunciarlo,
y tampoco le iban a hacer caso, si los mismos jefes, la misma autoridad
andaba haciendo ese trabajo. Así fue surgiendo, en los 30, los 40.
De ese año pienso que fue." "Los finados abuelos
tenían los documentos de la tierra. Ellos iban a los negocios y entregaban
sus frutos, cuero y lana. Los invitaban a comer, a tomar y ahí era
la perdición. Ellos se confiaron y cuando estaban borrachos les pedían
los documentos de la tierra y después cuando se acordaron de ir a
retirarlo le dijeron que no lo tenían porque lo habían mandado
a tal parte. Ese trabajo hacían todos. Así hacían con
Breide, le entregaban todo y cuando iban a retirar plata nunca le daban
plata; le daban harina, yerba, todo por bolsa. Como no sabían leer
le decían "hasta aquí llegó con los kilos de lana".
Que se yo cuando regalaban con eso, porque ellos no sabían sacar
las cuentas ni sabían como valían las cosas. Aca la gente
era ignorante y humilde. Tenía miedo de hablar con la autoridad,
de presentar una queja. Ellos te decían firmá aca y ellos
daban la mano y firmaba. Y eso que no sabían firmar, para mi ver
que hacían una rayita y los comerciantes les robaban la firma. Y
como van a firmar si no saben escribir el nombre. Así formaron Breide,
El Khasen, todos los turcos. Hicieron estancia por nuestros abuelos, por
los paisanos. Y cuando se murieron sus viejos fundieron todo. Y ahora parece
que no fuera así pero es cierto, si van a ver el negocio de ellos
está todo tirado, no queda nada. En lo de Breide es lo mismo, había
galpón de esquila, potrero, para descargar lana y ahora no queda
nada. Malgastaron todo."
-La historia escrita en la lengua de castilla
Don Mauricio Fermín nació en el lote 161 de la comunidad Vuelta
del Rio un 21 de Noviembre de 1933. Cuando tenía 17 años tuvo
que salir a trabajar, casi al mismo tiempo en que su madre, Lina Calfupan,
era "llevada a trabajar" a la casa de la familia Breide. Desde
entonces, su campo pasó a manos de la familia de los comerciantes
turcos. Nunca pudo volver al pedazo de tierra donde nació.
Su actual compañera, Doña Carmen Jones, es nieta de Julio
Marinao, el hombre que a finales de la década del 20 ocupó
el lote 134 de la misma comunidad, y que es hoy el epicentro de un litigio
que lleva en si los elementos del drama que recorre toda la patagonia.
Necesitamos detenernos un poco en la historia de Marinao para entender el
drama que vive hoy la familia Jones- Fermín.
En 1928 Julio Marinao pide a la Dirección de Tierras la propiedad
del lote que ocupaba, al tiempo en que hacia mejoras. En una inspección
de 1940, Don Julio vuelve a pedir la propiedad de las tierras. Siempre lo
hace de forma oral, y siempre es un funcionario el que escribe; como muchos
de sus vecinos, él apenas sabía firmar.
En una de las corrientes inspecciones, aparece documentada por primera vez
relación entre Mariano y Breide, mediante un mecanismo conocido en
la zona como medianera". Según el acta de 1937 este acuerdo
comercial consistía en que Marinao cuidaba 500 lanares de Breide,
y que se repartían las ganancias mitad y mitad. Es conocido en la
zona -y aceptado por todo el mundo- que se tratan de acuerdos que siempre
terminaban con estafas y abusos. Todavía es famosa la costumbre de
Breide de pesar lo que compraba y vendía con el dedo meñique,
calculando siempre a favor suyo.
Fue un 12 de abril de 1941 el día en que Julio Mariano cayó
en la misma trampa que varios de sus vecinos. Lo imaginamos ahora borracho,
alentado y sostenido por dos testigos, y firmando ante el juez de paz la
"renuncia a favor del Señor Breide de cualquier derecho...sobre
el lote 134". No es un dato menor la firma al pie de los testigos y
el mismo juez: Caralis, Daniel y Gonzalez. Todos apellidos blancos, hombres
"hábiles" frente a los cuales Don Mariano había
firmado, sin saber leer, el acta de entrega de su propio hogar.
¿Que había pasado para que Marinao desista de hacerse dueño
de su tierra a cambio de un dudoso pago? En una reciente investigación
judicial, esta historia se reconstruye con viejas declaraciones, actas y
escrituras. Claro que para una cultura oral, que no conoce la letra escrita
de la lengua de castilla, esos papeles significan poco y nada, y terminan,
en la práctica, ilustrando la costumbre de que la tierra se puede
vender, arrendar y hasta hipotecar "con indios adentro", una práctica
que todavía hoy es muy común en todo el continente.
Pero aun en el terreno foráneo de los papeles, aparecen varias confusiones
y elementos que pueden llegar a desnudar la verdad.
El 20 de Febrero de 1958, casi 20 años después de la supuesta
venta, aparece una declaración "espontánea" de Julio
Marinao frente a la policía, donde ratifica la venta, desmiente los
resultados de una inspección de la dirección de tierras que
lo presentaba -repetimos, 20 años después de la supuesta venta-
como ocupante del lote y, sobre todo señala la "carencia de
veracidad de que dicha firma (Breide) lo obliga a retirar en mercaderías
el producto de su trabajo...".
La extraña rectificación no esta avalada por testigos y lleva
la firma de un oficial de policía de apellido Coll, el mismo que
dos semanas después tomaría declaraciones similares a otros
pobladores de la zona ratificando otras supuestas ventas de otros lotes.
En el terreno legal la suerte ya estaba echada. Con la historia cambiada,
una resolución del 9 de Febrero de 1962 del IAC otorga en venta 4.375
hectáreas en venta a Abraham Breide, incluyendo el lote 134. En el
texto, que lleva la firma del presidente del organismo, se señala
como argumento de peso que Breide ocupa la tierra y la trabaja en forma
personal desde 1928. La historia de los papeles, terminaba de hacer mutar
a la realidad con la complicidad del estado argentino.
En 1963, durante el gobierno militar, se hicieron efectivos a favor de Breide
los títulos de propiedad de 7 lotes de la comunidad Vuelta del Rio
y de otros de la vecina comunidad de Ranquil Huao. En 1979, El Khasen compró
esos títulos y sumando los otros que había logrado acumular
por sus propios miedos sintió que, por primera vez, se había
terminado de hacerse "la América". Tenía su pequeño
latifundio personal.
-Entre la montaña y las nubes, el murmullo del tiempo
Y sin embargo el viento, los ríos, la montaña y la gente de
la tierra no parecen haberse enterado. Nosotros lo entendemos recién
cuando llegamos al lugar donde se puede abrazar a las nubes.
El lote 134 queda en los confines de Vuelta del Rio, escondido entre los
bordes de la cordillera. Allí es donde vive hoy la familia Jones-Fermín,
con sus hijos, sus nietos y sus animales.
Visitarlos no es tarea del todo fácil para los que estamos acostumbrados
a vivir en la planicie. Hay una sola forma de llegar, y se llama, para nosotros,
Rogelio Fermín; él nos espera en la orilla del río
Chubut con cuatro caballos que conocen el trayecto de memoria.
Cargamos las cosas como podemos y los caballos nos deslizan por cerros,
cañadones, arroyos y desfiladeros. En algunos tramos frenan para
inventar caminos que se borran con las caricias del viento o quedan sepultados
bajo las piedras que sus mismos cascos remueven.
Finalmente, después de dos horas de cabalgata, llegamos al lote,
epicentro de un conflicto judicial y político que movilizó
a toda la región. Es un paraje imponente y agreste, perdido entre
las montañas. Técnicamente, nos dice Rogelio, "estamos
en medio de la cordillera, pero no en el lugar mas aislado; los últimos
vecinos viven a cuatro horas de caminata para arriba.
Ni siquiera a caballo se puede llegar ahí". Lo imaginamos como
un camino hacia otro mundo, distinto incluso del mundo que estamos conociendo,
pero por ahora, por falta de tiempo, no podemos llegar.
En la casa nos esperan Doña Carmen, Don Mauricio, Daniel -un buen
amigo de la Rogelio-y Eduardo, el gigante de 4 años. El resto de
la familia -un larguísimo árbol genealógico- está
en la escuela o trabajando en los pueblos de la región, haciendo
lo que hacen muchos; aliviando el puchero para que se pueda sobrevivir.
Rogelio, nuestro guía y amigo, con sus intensos 18 años, es
según su madre "el que esta ayudando en todo lo que lo que necesitamos".
La vida allí es dura pero tranquila. Los jóvenes y Don Mauricio,
que tiene 71 años, se encargan de cuidar los animales, de ir a buscarlos
cada vez que se pierden en la cordillera, de esquilar las ovejas cuando
es época, vacunarlos o darles sal a las vacas. Los chicos también
cazan lo que el clima le permite; desde liebres, ardillas y zorros hasta
pumas o guanacos cuando la nieve los obliga a bajar de las cumbres para
buscar alimento.
La leña la obtienen de los árboles de la zona, muchos de los
cuales fueron plantados por ellos o sus antepasados y la transportan en
un carro de bueyes que ellos mismos fabricaron. Es un trabajo extra el que
tiene esta familia; la leña que reparte el municipio no llega hasta
esta zona en el que la temperatura es la más dura de todas. En Abril,
cuando comienzan las nevadas que alcanzan a medio metro, todo tiene que
estar listo para pasar el invierno.
Carmen se encarga de la cocina, la huerta y de los animales de corral. A
la hora del mate o de comer, ella es la voz cantante, y sus historias -que
por regla, siempre dejan alguna enseñanzason las que mantienen vivas
la cultura Mapuche en el seno familiar.
La existencia parece cerrarse en un círculo donde todo se integra
y tiene utilidad. Eduardo, por ejemplo, mezcla todo el tiempo y sin que
nadie le diga, el juego con el aprendizaje del trabajo. A la rastra de Rogelio
va a arrear a los animales, y después se sigue divirtiendo arriando
las gallinas o los gatos. Ayuda a cortar leña, carnea una liebre
para darle de comer a los perros, sabe montar a caballo y juega a ensillar
un travesaño de madera que hay en el galpón. Para nuestra
sociedad consumista -que educa receptores de televisión-la vida de
Eduardo sería quizás un crimen. Él mismo parece
opinar lo contrario; en la eterna semana que compartimos con su familia
no lo dejamos de ver sonreir ni un instante.
Y en esa rostro niño que ya conoce el trabajo y el viento, vemos
reflejados los rostros de los miles, de los millones que como él,
nacieron y crecieron siendo gente de la tierra. Mirándolo a lo ojos,
uno termina de entender lo que quieren decir Carmen y Rogelio cuando repiten
que " aca nacimos, y aca vamos a morir".
-Dimos la vuelta entera, pero seguimos acá.
Cuando Doña Carmen nos relata su vida llena de peripecias, las imágenes
el pasado parecen repetirse cada vez. Ella nació aquí, sin
alambrados, zapatillas o pantalones. Los primeros techos eran de cuero,
las botas de potro y la ropa la tejía su madre.
A veces, cuando calla, la tierra misma cuenta en silencio su historia; los
tirantes de una casa abandonada y devorada por el fuego, una arboleda muerta;
un revoltijo de piedras en un pampa, apenas adivinada entre la maleza, son
testimonios inmóviles del paso de sus antepasados por el lugar.
Su primer desalojo lo vivió cuando tenía 11 años, y
lo que más le quedó grabado eran los ovillos de lana de lana
cruda rodando por el cerro como piedras caídas. Dice que aquella
mujer a la que le gustaba hilar se había plantado, pero que ya era
tarde y que los milicos y el turco le derrumbaron la casa con el hacha de
la familia.
Recuerda todavía esa larga jornada cargando chivos y lo poco que
pudieron salvar hasta un campo vecino. Y luego los campamentos de chapa,
las casas improvisadas con piedra y barro y las cuevas, donde todavía
están las marcas de humo de los fogones con los que iluminó
sus noches.
Hasta hace muy poco vivió así, dando vueltas en la misma zona
y recién en 1994 se pudieron volver a instalar definitivamente en
donde ahora quieren quedarse, simplemente por "ser nacidos y criados
aca, nosotros, nuestros padres y nuestros abuelos". ¿Desde
cuando están allí? Para la historia de "los papeles"
desde 1994, cuando la familia registró la marca que identifica su
ganado en el Juzgado de Paz del Maitén. Oficialmente, las autoridades
originarias y la comunidad entera ratificaron el derecho de Carmen Jones
y Mauricio Fermín a ocupar el mismo lote en el que nacieron en 1998.
El acta de la reunión es el único papel que la familia Fermín
guarda como un tesoro.
En 1994, año en el que El Khasen perdió un juicio contra varias
familias de la comunidad, parecía que la tranquilidad volvía
a reinar en la zona, pero en el 2000, imprevistamente, el turco volvió
a la carga con un juicio reivindicatorio en contra de los Fermín.
Los sufrimientos que Doña Carmen creía terminados, volvían
a empezar.
-El derecho del conquistador, según los roquistas del presente.
El juez Colabelli es un hombre diminuto y pálido, pero refugiado
atrás de su gran escritorio se siente firme y decidido. Recibe
al visitante con un fuerte apretón de manos y habla moviendo los
brazos para darle ímpetu a cada una de las palabras que -cree-
aprendió a medir.
En público considera al caso Fermín como un conflicto más,
entre dos individuos, uno de los cuales tendrá que pagar por su
violación al código penal. Habla de clandestinidad, usurpación,
del derecho a la propiedad y de la seguridad jurídica. En confianza
se suelta, y confundido por la falsa sonrisa cómplice de su interlocutor,
acepta que lo que él defiende es, nada menos, "el derecho
de los conquistadores. "
Con un ademán de manos nos explica que "la historia es así,
que los pueblos se conquistan uno a otros, y así avanzan la historia.
Si les diera la razón a los Mapuche, sería como en España
darle la razón a ETA".
Más en privado todavía, con sus hombres de confianza, el
juez se relame con las ingeniosas pintadas que en la ciudad de Esquel
lo comparan con Roca. Cuando las lee se siente en sus zapatos; un conquistador
del presente.
Quizás por eso su juzgado se esforzó por hacer de la causa
Fermín una causa histórica. Mandó a desempolvar miles
de hojas de archivos, se quedó -y se queda-con sus empleados mas
fieles trabajando hasta cualquier hora del día, y hasta se animó
a salir en la tapa de los diarios haciendo declaraciones sobre la causa.
Poco importaron los argumentos de la defensa de los Fermín, que
apeló a los derechos constitucionales de los pueblos originarios
y planteó el problema como un caso colectivo y no individual, lo
mismo que el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) que
desde 1997 viene señalando el caso de Vuelta del Rio como un ejemplo
de la complicidad estatal del abuso contra las comunidades originarias.
Ni siquiera importó que el 9 de Mayo del 2002 el fiscal de Cámara
Raúl Falco pidió el sobreseimiento argumentando, sencillamente:
-Que no está claro en la causa que la familia Fermín esté
dentro del Lote 134. -Que no tuvo que "violentar" nada para
entrar al predio, y que su presencia se notó mucho tiempo después
de estar establecidos, ya que la denuncia habla de una casa de adobe ya
terminada. -Que público el conflicto entre la comunidad y El Khasen
y que la comunidad sostiene que las tierras le pertenecen mas allá
de los títulos que tengan El Khasen.
En su idioma técnico, el fiscal concluyó en aquel momento
que "No advierto en Fermín una conducta dolosa...las circunstancias
lo presentan como un sujeto inserto en un ámbito con pautas de
propiedad comunitaria en la cuál prima la convicción que
las tierras en litigio les corresponden desde tiempo inmemorial...de esta
forma es que se introduce en ellas recién cuando cuenta con un
permiso de la comunidad...".
Contra toda evidencia, el juez, el pequeño juez, se siguió
agarrando de notas y más notas para ordenar, poco antes de irse
de vacaciones, el "lanzamiento" de Mauricio Fermín y
su familia.
-Aquí nacimos y aquí nos quedamos.
El 15 de Marzo del 2003 amaneció brumoso. Cuando vieron llegar
al operativo, la familia entera se metió adentro de la casa. Rogelio
pidió que le muestren alguna orden de desalojo "se van y punto",
contestó Branns, el oficial a cargo.
Doña Carmen intentó resistir, igual que su madre hace más
de 40 años. Fue inútil; los policías eran 22, además
del mismo El Khasen, y estaban decididos; hasta habían hecho un
camino en el monte para venir a desalojar.
Entonces Doña Carmen se fue y nadie la pudo detener. Caminando,
casi corriendo, recorrió toda la comunidad avisando a los vecinos
para que vengan ayudar. Subió por arriba de los cerros que conoce
de memoria para que no la puedan agarrar, y en su larga caminata se enteró
que algunos vecinos, alertados, ya estaban viniendo.
Doña Fidelina y Doña Segunda fueron las primeras en llegar.
Una a pie, y la otra a caballo, se enfrentaron ambas frente a frente con
su propio pasado de desalojos, y quizás por ello fueron las que
lucharon con más energía. Palmo a palmo corrieron con los
animales para que no se los lleven a otros campos, y cuando los perros
de la policía se los llevaban arriba del monte, eran sus propios
cuerpos los que se ponían adelante para obligarlos a volver.
¡India de mierda! dicen que gritaban los policías. "Mas
vale que soy una india -sonríe mientras recuerda doña Carmen-
sino no estaría acá".
Cuando llegaron la casa ya estaba derrumbada y el revuelto de barro, ropa
y vajilla cargado en móvil policial. "Parecía que había
un muerto ahí adentro, con todo revuelto". Los vecinos empezaban
a juntarse de a poquito, y Don Mauricio y Rogelio se zafaban de la custodia
policial para tratar de ir a buscar sus caballos.
A todos sorprendía la resistencia de las tres mujeres, sin saber
quizás que todas y cada una de vivieron desde pequeñas la
misma suerte que se les venía a presentar ahora, tantos años
después.
Y la noticia comenzó a correr en toda la región; desalojan
a familia mapuche derrumbando su casa. El río, la radio, los amigos,
el viento; hacia los cuatro puntos cardinales se supo y desde los cuatros
costados del monte comenzaron a llegar. Desde Esquel, de Trelew, de Comodoro,
de El Maitén.
De todas partes los humillados, los desposeídos, los desalojados,
llegaron a ayudar con lo que se podía. Tanta gente llegó,
recuerda Carmen "que no alcazaba con seguir sacrificando chivos,
así que una yegua tuvimos que carnear".
El desalojó se paró en dos días, y de a poco, al
abrigo del fogón, el comienzo del invierno encontró a la
familia Fermín devuelta bajo techo.
Se trató de un día histórico; por primera vez es
mucho tiempo se paró un intento de desalojo, aun después
de que la casa estaba demolida.
Ahora, meses después, mientras la nieve abre paso a la primavera,
y todos y cada uno de ellos saben que en cualquier momento pueden volver.
Mientras tanto viven, sueñan y recuerdan en el lote 134.
En una de las largas caminatas, es Rogelio el que sintetiza esta historia
en pocas palabras. Nos cuenta que "aca alambraron todo lo que quisieron.
Si era un lindo valle, le pusieron alambre por eso, si era una pampa hermosa,
la cerraron por eso, y a nosotros nos dejaron entre las piedras, en los
peores campos. Ahora parece que las piedras también tienen valor".
La gran presencia de cuarzo -lo que significa que también hay oro-
en los campos de Vuelta del Rio, pueden ser una pista, y quizás
una de las razones para que El Khasen, junto a funcionarios del IAC haya
viajado a Buenos Aires para pedir 2 millones de pesos a cambio de no seguir
molestando con las tierras.
Nuestro pequeño juez -dueño también de uno de los
150 proyectos mineros que amenazan Esquel- sabe eso. Lo que no sabe, todavía,
es que "nosotros ya no somos como los antiguos, sabemos que existen
derechos y que no se respetan, y vamos a hacer que no se la lleven tan
de arriba como antes".
Parte II Benetton: Historias del nuevo rey de La
Patagonía
¿Puede el sueño de una familia humilde de la Patagonia cuestionar
el imperio de la corporación Benetton? El matrimonio formado por
Rosa Nahuelquir y Atilio Curiñanco aprendió que sí.
Sin proponérselo, esta familia Mapuche de la provincia de Chubut
desató un terremoto que vuelve a poner sobre la mesa la entrega
a los capitales extranjeros de una de la zonas mas ricas del país,
no ya en las fábulas de generales trasnochados, sino en la realidad
tangible y concreta de miles de kilómetros entregados de territorio
entregados por unas pocas monedas al mejor postor.
Se trata La Patagonia, una zona que abarca el 30% del territorio argentino,
unos 780.000 km2 donde se concentra el 80% de las reservas petroleras
del país, grandes recursos hídricos y una enorme diversidad
de flora y fauna que en algunas zonas continúan todavía
vírgenes.
Recientemente, también se descubrió la veta del oro y la
plata; una nueva riqueza codiciada por el capital internacional.
El grupo Benetton, a través de la The Argentine Southen Land Company
Limited o Compañía Tierras del Sud Argentino (simplemente
"La Compañía" en adelante) es dueña del
9% de las mejores tierras de esa región. Tiene en su poder 900.000
hectáreas entre las provincias de Neuquén, Rio Negro, Santa
Cruz y Chubut; un territorio similar en extensión a la provincia
del Chaco; cuarenta veces más que la Capital Federal.
Compraron, en resumidas cuentas, de una provincia particular. A uno de
sus dueños, Carlo Benetton, le produce una "una hermosa sensación
de libertad" cada vez que viene al país para supervisar personalmente
el estado de sus campos y de algunas de las 290.000 ovejas que pastan
allí.
El grupo opera en 120 países con decenas de fábricas y 7000
tiendas. Las estancias que compraron en Argentina producen apenas el 10%
de la lana que utilizan las 100 millones de prendas que la corporación
produce al año.
Sumando la totalidad de los negocios -desde la industria textil hasta
la construcción de autopistas-la empresa mueve 2.000 millones de
euros al año, una suma que parece alcanzar para comprar cualquier
sensación.
Durante años también compraron, tanto Benetton como los
anteriores dueños de esa tierra, una sensación de impunidad
sin precedentes.
Aquí intentamos dar cuenta de como un sueño de dignidad
abrió una brecha inocultable en el presente y el pasado de esa
enorme provincia de alambre.
Volver a la tierra
Rosa y Atilio son parte de una familia Mapuche urbanizada a la fuerza.
Rosa abandonó el campo familiar a los 8 años, luego de la
muerte de su padre, para trabajar en un hotel de pueblo y luego como obrera
textil. Todavía recuerda como salieron de allí, en un carro
de bueyes, y sueña con volver a esa misma tierra, porque ahora
sabe que la forma en que la vendieron fue ilegal. Atilio nació
y se crió en la estación de tren llamada Leleque, adentro
de La Compañía. Su padre fue obligado a ir a trabajar y
vivir allí luego de que los comerciantes turcos, como a tantos
otros pobladores, les arrebataran las tierras.
Rosa entró a trabajar en 1986 en una de las fábricas textiles
más grandes de la ciudad de Esquel. Poco antes Atilio fue contratado
en un frigorífico donde trabajó durante 15 años en
mantenimiento. Con el esfuerzo de ambos criaron a sus cuatro hijos y siguen
ayudando a sus nietos.
Hasta aquí su vida era la misma vida humilde y tranquila de miles
de obreros del sur del país. Pero el 27 de Febrero del 2002 algo
cambió en la suerte familiar: como tantas otras empresas, la textil
donde trabajaba Rosa cerró de un día para otro y dejó
a todo el mundo en la calle. Todavía tenían el trabajo de
Atilio en el frigorífico, pero los 150 pesos que ganaba por quincena
no alcanzaban para alimentar a toda la familia.
Previendo esa situación, impulsados por sus propios sueños
y animados por sus hijos, Atilio y Rosa habían decidido volver
al campo, para trabajar con sus manos la tierra. Averiguaron en el IAC
(Instituto Autárquico de Colonización) por un predio fiscal
llamado Santa Rosa. El 15 de Febrero, doce días antes de Rosa quede
desocupada, presentaron una nota diciendo que "las informaciones
obtenidas dan fe de que se trata de un predio fiscal" y que "nuestro
interés es solicitarlo para un microemprendimiento familiar".
Atilio conocía ese lugar desde chico y por eso sabía que
estaba abandonado desde antes de su nacimiento; allí solía
cazar liebres con sus hermanos y vecinos, o juntar leña para aplacar
al invierno.
El IAC respondió con la información -siempre verbal- de
que el predio era una reserva indígena desocupada durante décadas.
Con esa información, el 23 de Agosto de ese año se presentaron
en la Comisaría Primera de Esquel para hacer una exposición
avisando que ocuparían el lote, y esa misma tarde montaron, junto
con su nieto de 6 años Franco, un "campamento" de chapas
para ponerse a trabajar.
Con sus ahorros y con lo que le prestaron varios familiares y amigos,
comenzaron a arar, sembrar hortalizas y frutillas, criar animales y mejorar
el terreno. Levantaron el alambrado caído, trazaron los canales
de riego y hasta comenzaron a juntar material para hacer una casa de piedra.
El sueño de volver a la tierra estaba en marcha.
La celeridad del sistema judicial.
La tormenta no tardó en desatarse. El 28 de Agosto la Compañía
firma un poder a favor del abogado Martín Iturburu Moneff, nombrándolo
apoderado legal de la firma. Dos días después, el 30 de
agosto, la estancia de Benetton hace una denuncia reclamando que el predio
conocido como Santa Rosa es propiedad de compañía, y que
"Que no es utilizado para ganadería y que intención
de la administración forestar el lugar".
Firma la denuncia Ronald Mac Donald, el actual administrador de la estancia
y sintomáticamente hijo y nieto de los "pioneros" que
trabajaron para las familias Braun Menendez y Menendez Bethery, los celebres
fusiladores de la patagonia trágica.
Un día después de la denuncia, el 31 de Agosto, el juez
de Instrucción único de Esquel, el Dr. Colabelli firma la
orden de registro "para constatar el delito". Ese mismo día,
bajo la lluvia, van a hacer el allanamiento.
A partir de allí comienza un impás de dos semanas, que Atilio
y Rosa ocupan en sembrar papas y seguir trabajando en el campo, y que
la estancia en amontonar documentación. El 16 de Setiembre el Dr.
Moneff pide el desalojo por el "gravísimo perjuicio"
que le causa la "usurpación" de ese pequeño campo.
Como pruebas adjunta mapas, documentos del siglo pasado y fotos satelitales,
todos materiales charrísimos que, a simple vista, no demuestran
nada, pero que alcanzan para que el juez Colabelli demuestre su eficiencia
a la hora de desalojar.
El 19 de Setiembre este juez ordena la restitución del inmueble
y adjunta a la causa el testimonio de Roberto Omar Vila, un agrimensor
que -como cualquiera que trabaje para los Benetton- testifica que las
tierras son de la estancia y -falsamente, como veremos después-
que no hay tierras fiscales en la zona.
Entre los testigos que se presentan también hay un puestero que
al momento de la ocupación estaba de vacaciones, cosa que no le
impide declarar que vio la ocupación y que -al revés de
lo que muestran las fotos- el predio estaba perfectamente alambrado.
Con esas nuevas pruebas, y luego de los trámites de rigor, el 30
de Setiembre sale la orden de desalojo contra la familia Curiñanco,
que se concreta el 2 de Octubre, en otra de esas tardes de lluvia que
parecen gustarle al juez para llevar adelante sus procedimientos.
Los 15 efectivos que realizaron el desalojo desarmaron la casa y secuestraron
todos los elementos, incluyendo dos bueyes con los que Atilio y Rosa habían
comenzado a arar.
En su denuncia, el abogado de los Benetton hablaba de "clandestinidad",
e intentaba demostrar que los Curiñanco habían actuado como
delincuentes, amparados en la noche, escondiéndose entre los árboles
y cortando el alambrado que en realidad, como muestran las fotos aportadas
por la familia, ellos mismos se encargaron de levantar.
Para los representantes de Benetton, no se trataba solamente de quedarse
con la tierra, y aun hoy -un año después- siguen una causa
contra la familia Curiñanco, intentando demostrar que se introdujeron
el predio sabiendo que era de la Compañía, y que sería
entonces un problema de "delincuencia común".
Extirpar el ejemplo
El predio Santa Rosa está sobre la ruta 40, que fue trazada a mediados
de los años 70. De ser cierto que es parte de las tierras de La
Compañía, sería algo así como el 0,144% de
la tierra que esta ocupa.
Pero la legitimidad del reclamo del latifundio deja muchas dudas; el predio
no está rodeado por tierras de la compañía, sino
por otros pobladores que viven de allí desde décadas. La
extraña y supuesta extensión de La Compañía
al otro lado de la ruta es como una cuña metida en medio del campo
de los vecinos.
Todos los pobladores consultados sabían que se trataba de tierra
fiscal habitada por última vez por una familia aborigen de nombre
Tureo. ¿Por qué entonces Benetton reclama la con tanta violencia,
acusando a los Curiñanco de usurpadores y delincuentes?
La explicación hay que buscarla en la historia de la zona y es
la Sociedad Rural la que da la primera pista, repudiando la ocupación
y pronosticando que si otras familias Mapuche siguen el ejemplo de los
Curiñanco se desataría en la región "una ola
de violencia y sangre".
Sencillamente, ese es el gran temor; que cunda el ejemplo, que cientos
de despojados de sus tierras, empujados a abandonar una tierra en la que
nacieron y se criaron decidan un día volver a recuperar lo que
siempre fue de ellos.
"Ellos saben que están mintiendo, y por eso necesitan tantos
papeles e inventar tantas cosas. Nosotros no necesitamos nada de eso,
porque sabemos que tenemos razón". Atilio es ante todo un
hombre honesto y trabajador, y sabe que alcanza mostrar su rostro para
decir que es Mapuche. Junto con Rosa, a partir de el desalojo comenzaron
un viaje hacía sus raíces, pero de otra forma; ellos querían
volver a través del contacto con la tierra, y terminaron volviendo
a través de empaparse e involucrarse en el martirio de su pueblo,
que hoy se continua en su historia personal.
Benetton está afincado sobre territorio
Mapuche.
"La firma actora no se trata de una empresa extranjera radicada en
el país, sino de una empresa nacional". En forma ridícula,
eso sostiene el abogado de los Benetton: tan sólo por tener domicilio
en la Capital Federal, La Compañía no es extranjera ni viola
ninguna de las leyes que limitan la propiedad en manos de sociedades anónimas
extranjeras en la provincia de Chubut.
En realidad, La Compañía fue inglesa hasta el 26 de Marzo
de 1982, cuando ante el avenimiento de la guerra de Malvinas cambió
a dueños -o testaferros, nunca se supo- nacionales. En ese año,
según los mismos registros de la compañía, fue nombrado
presidente Eduardo Menendez Hume, miembro de la clásica oligarquía
terrateneniente Argentina.
En 1991, cuando Benetton compró la empresa por 50 millones de dólares,
lo hizo manteniendo la fantasía legal de que se trataba de una
empresa argentina.
Y la compró además con todo el lastre de las tierras robadas
a los primeros habitantes de La Patagonía.
Para documentar su batalla, la táctica de los Benetton fue abrumar
con documentos, mapas y escrituras. Desempolvaron de los archivos los
títulos de propiedad que datan del siglo pasado, una cantidad de
hojas borroneadas y escritas a mano, que pensaron, quizás, que
nadie querría leer. Pero alguien las leyó, y descubrió
que los hermanos Benetton están afincados sobre territorio que
fue Mapuche, y que fue regalado por el estado argentino al capital inglés.
Las tierras que ostenta La Compañía fueron donadas por el
estado argentino 1885 y 1896. Se trataban, en esa época, de lotes
de 80.000 hectáreas cada uno, otorgadas individualmente a ciudadanos
ingleses residentes, en su mayoría, en Londres, que administraban
sus negocios en el país mediante representantes.
La estancia hoy conocida como Leleque -a la que pertenecería el
lote en conflicto- fue donada a Henry Rushton Roger, un londinense del
que no hay registro que conozca estas pampas. El terreno original de esta
estancia era de 80.000 hectáreas, pero en 1890, cuando se realizó
la mensura de la tierra, pasó a quedarse con 96.919, para no perderse
los accidentes geográficos de la región. El aumento fue
aceptado por el estado argentino.
El agrimensor Gorosito, al trazar los planos en esa época, dejó
en el acta escrita de su puño y letra las referencias que usó
para medir el territorio. En el acta explica que eligió "para
ubicar esta Colonia los valles ocupados anteriormente por tolderías
indígenas y conocidos por los nombres de Lepa y Esquel".
Como para no dejar dudas de que se estaba hablando, Gorosito termina su
informe con unas pocas líneas sobre la flora y la fauna del lugar:
"Esta colonia es importante teniendo en cuenta la calidad de sus
pastos, las abundantes maderas de todas las clases utilizables para construcciones...En
cuanto a su fauna se encuentra en gran abundancia el guanaco y el avestruz
que los indígenas aprovechan para su alimento".
En pocas palabras; la estancia que hoy ocupa Benetton, es parte del territorio
ancestral indígena, arrebatado por medio de las armas para entregárselo
al capital inglés.
La semántica dominante
La Compañía se constituyó legalmente en 1889, con
una oficina en Londres y otra en Capital Federal. Se trató de una
especie de consorcio de terratenientes ingleses, que dominaban al momento
de unirse un total de 780.609 hectáreas.
En los años que siguieron a su fundación, hubo varios decretos
que con la firma de José Evaristo Uriburu, Antonio Bermejo, Roca
y Juárez Celman, aceptaron todas las condiciones y pedidos de la
empresa; privilegios a la hora de pagar impuestos, devolver tierras concesionarias
y hasta pedidos de nuevas tierras para trabajarlas.
Con el correr de las décadas, la estancia se dio un nuevo lujo
que acrecentaría su dominio sobre la región; en los años
cuarenta se terminó el trazado del ferrocarril que atraviesa la
mayoría de los campos de la estancia. El tren, pagado y dominado
por el capital inglés, nació principalmente para ser el
servicio de transporte particular de La Compañía.
La retórica que usó La Compañía para sus pedidos
siempre fue la soberbia y la imposición. En una de sus virtuales
imposiciones al estado señalaban, en un acta de 1896, que "somos
en la actualidad los que mejores esfuerzos desarrollan y mas perseverante
acción ejercitan en aquellas apartadas regiones de la república".
Más de cien años después, los nuevos dueños
utilizan el mismo lenguaje. El abogado de Benetton dice en este caso que
"no se traigan con la excusa o pancarta a las muy queridas y respetables
culturas aborígenes, culturas que incluso mi mandante ha promovido
y preserva incluso más que las propias comunidades, para justificar
la ilicitud y desconocimiento de la ley."
En las historias oficiales de La Compañía nada se dice del
arrebato de tierras indígenas. Por el contrario, se habla de una
especie de idilio, donde los indígenas eran "contratados por
la compañía para cazar y reducir la población de
guanacos". En la historia de Benetton, además de la retórica
de La Compañía, se repite la misma fantasía; la gran
presentación de su estancia es un museo que resume, en forma aggiornada,
la historia de La Patagonia.
La presentación del museo es el rostro de un Chehuelche. Comparar
las facciones de la figura pintada en el cartel de bienvenida con los
rasgos de Atilio Curiñanco y Rosa Nahuelquir es todo un manifiesto;
Benetton quiere que sean apenas un dibujo en la pared. Ellos, en cambio,
dicen que siguen existiendo
Lo que el viento se llevó
Pero el despojo no fue solo hace un siglo; también en las últimas
décadas la voracidad de la compañía avanzó
sobre las pocas reservas indígenas que sobrevivían en su
interior, e incluso con los terrenos fiscales que ocupan la vieja estación
de trenes Leleque.
Atilio Curiñanco nació y se crió allí. Para
llegar a su casa en la estación, hay que entrar a la estancia y
atravesar todo el casco, incluyendo la lujosa casa de Benetton y la de
su administrador.
En el camino se encuentran varios fantasmas reciclados; donde antes estaba
el almacén de ramos generales ahora está el museo Leleque,
que irónicamente tiene como logo el rostro de un Mapuche. Siguiendo
hacia adelante, el edificio medio derrumbado del correo está encerrado
en un alambrado y, hasta para entrar al cementerio -donde está
enterrado el hermano de Atiliohay que saltar un alambrado.
La estación es una barriada pequeña, de una diez casas apenas,
donde hoy viven unas pocas familias jubiladas del ferrocarril, entre ellas
Doña Candelaria, una hermosa mujer de 85 años, madre de
Atilio.
Ella todavía recuerda cuando este lugar ahora casi desértico
era un pueblo prospero y lleno de vida. Los chicos iban a la escuela,
o se entretenían cazando en los terrenos de al lado. La ruta que
corría paralela a la vía y uniendo Esquel con El Bolsón,
era recorrida por tropillas de vacas o caballos, transportadas por vaqueanos
y más tarde en camiones. A los costados del camino, en pequeñas
reservas, vivían jornaleros, peones y empleados del ferrocarril.
Doña Candelaria era ama de casa, y con baldes caminaba hasta el
arroyo a buscar agua.
Nada de eso existe hoy; la vieja ruta, el arroyo, las reservas del costado
del camino están todas alambradas. Los de La Compañía,
los gringos como dice Doña Candelaria, se tragaron todo. Incluso
para buscar agua, ella misma se inclina para cruzar el alambrado que separa
a sus baldes del agua. Lo hace con una agilidad y una resignación
que nos sorprende a todos.
También, con sus 85 años a cuestas, camina con nosotros
por la ruta ahora alambrada, recorriendo unos tres kilómetros para
encontrar con la reserva donde vivía la familia Rayel, una Mapuche
que trabajó para La Compañía como lavandera. Allí
Candelaria nos muestra el lugar donde recuerda estuvo la casa y los animales
de una de sus vecinas favoritas.
Una cacerola muerta primero, y los restos de una casa y una cultura quemada
después confirman los testimonios recogidos entre varios pobladores;
la casa de los Rayel fue quemada por empleados de la estancia a finales
de los años sesenta, y la familia ni siquiera intentó reclamar
las tierras. El campo, obviamente, también está alambrado
por La Compañía.
¿En que momento se apropiaron de todo? Según los propios
recuerdos de los pobladores, la primer gran oleada de apropiaciones comenzó
con el trazado de la ruta frente a la cuál está el predio
que habían ocupado Atilio y Rosa.
Pichón Llancaqueo, nieto de los primeros habitantes de la zona,
perdió en aquel entonces casi la mitad de su campo. El alambrado
furtivo, "movido por el viento de La Patagonia", corre casi
paralelo desde su predio hasta Santa Rosa, algo que podría explicar
por qué La Compañía siente suyo un terreno que a
todas luces está fuera de su perímetro.
¿Por qué nadie reclama? La pista la da el mismo Pichón
Llancaqueo. Para hacer algo, hay que pagar a un agrimensor para hacer
las pericias. Nadie tiene el dinero para hacerlo, y si lo tuvieran ¿que
profesional va a trabajar en contra de los más poderosos de la
zona, corriendo el peligro de no trabajar nunca más para La Compañía?
La justicia, nos explica, nunca está del lado del pobre.
Y eso también lo sabe Candelaria. Mientras tomamos mate, llega
un funcionario del ferrocarril a dejar una nota, donde se ratifica que
no se pueden tener más animales en la estación y que pronto,
todos van a tener que dejar su hogar; el interés de La Compañía
es convertir la vieja estación en un paseo turístico.
Parece que Benetton compró también
la voracidad de La Compañía.
Pero no es simplemente un problema de ambición
centrada en los bienes raíces; alrededor del predio que ocuparon
Rosa y Atilio encontramos 15 de los 150 cateos de minas de oro que hay
en los alrededores de la ciudad de Esquel, un drama que amenaza con destruir
los recursos naturales de la región.
Santa Rosa, el predio en litigio, es la puerta de entrada a esos yacimientos
mineros. Y eso quizás explique por qué tanta desesperación
de parte de La Compañía y la justicia para criminalizar
a esta familia Mapuche.
Recuperar la historia del presente
Es domingo y el amanecer es apenas un sueño del horizonte. Las
ancianas y los lonko colocaron el rewe, y nosotros esperamos mirando a
un este todavía oscuro y lleno de estrellas. Hace frío y
un gran fogón de leño de álamo y plantas jarilla,
es lo único que calienta, por ahora, nuestras existencias.
Dos jóvenes niñas se colocan frente al rewe. Faltan dos
jóvenes varones que cumplan la misma tarea, y faltan instrumentos
y conocimientos; el winka los robó y se desentierran del olvido
a través de la memoria de los ancianos, de los suspiros del viento
que de vez en cuando reavivan la llama del recuerdo.
Los hombres entran primero. Cuatro vueltas alrededor del rewe, y cuatro
veces arrojan muday, esa bebida que estuvo antes de cualquiera de las
bebidas que trajo el hombre blanco. Luego hacen lo mismo las mujeres,
y luego lo repiten todos juntos, organizados de dos en dos.
Tres ancianas, con rostros surcados y las cabezas cubiertas con pañuelos,
cantan en la lengua de la tierra, esa que enseñaron los animales
y los ríos a los Mapuche.
Cuando sale el sol como una inmensa bola de fuego, la rogativa está
en el punto que todos, con las manos extendidas al este, abren sus manos
para agarrar su fuerza.
No hay formalismos ni solemnidad; en los intervalos de la ceremonia la
gente conversa y ríe tranquilamente, y al terminar una ronda de
mate anuncia que llego la hora de hablar.
Todos prestan atención cuando Atilio convoca a participar, el próximo
11 de Octubre, del Parlamento Mapuche que se realizará en El Maitén.
Luego de la invitación, explica que para organizarlo no tienen
recursos, pero que como otras veces confían que todos van a llegar
haciendo un esfuerzo, porque es necesario encontrarse para seguir fortaleciendo
la organización de las comunidades. Esta vez, los anfitriones de
la reunión serán los miembros de la comunidad Sepúlveda,
y especialmente Don Abelardo, un Mapuche “de sangre gaucha”
, como se define él mismo, que pelea desde hace 10 años
para que el intentedente de El Maitén no le robe las tierras que
su familia ocupa desde hace un siglo.
Parece que es un proceso que, mal que les pese a los conquistadores de
hoy, no se va a detener.
Esquel y Buenos Aires, Octubre del 2003
Parte III Benetton: Peligro de nuevos desalojos
en La Patagonía
(Noviembre del 2003)
En la Patagonia argentina, Benetton y el estado provincial de Chubut preparan
un nuevo desalojo; esta vez son 8 familias formadas mayoritariamente por
mujeres, niños y ancianos. El objetivo sumar una hectarea más
a las 900.000 que ya posee el grupo italiano en La Patagonia, y montar
allí un emprendimiento turístico aprovechando el trazado
del tren. Tanto el estado como la empresa, consideran impresindible para
llevar adelante su proyecto borrar del lugar a más de 50 personas
humildes y desmantelar la Escuela Nro. 90 que educa y alimenta a 18 de
esos chicos, algunos de ellos con problemas de desnutrición.
Ofreciendo sólo inciertas promesas de futuras casas en diferentes
pueblos y sin siquiera pensar en integrar a las familias al proyecto de
desarrollo, apuran la expulsión de los pobladores para "recuperar"
el contol total de la zona.
Aqui presentamos la historia de un nuevo desalojo que todavía se
puede evitar.
-El tren de la patagonia.
La Trochita, uno de los mas famosos trenes de La Patagonía, fue
terminado en 1945. Durante décadas fue el transporte principal
para las mercaderias y animales de la Argentine Southern Land Company,
un conglomerado de estancias inglesas donadas por el estado argentino
luego del genocidio étnico conocido como "La Campaña
al Desierto". La mayoría del trazado del tren y las estaciones
recorrían las propiedades inglesas y cientos de poblados, moviendo
"hasta 6 trenes grandes por día. La compañía
cargaba la lana, hasta la hacienda, yeguarizo, las vacas, estaban de punta
a punta las vias cubiertas por el trencito" según cuenta Roberto
Yañez, un ferroviario jubilado que vió nacer y morir al
tren.
Con la llegada del asfalto y los camiones en la década del 70 el
transporte en tren comenzó a declinar en la Argentina. En los 90,
durante la era menemista, la política privatizadora llegó
también al transporte público y La Trochita, orgullo de
antaño, terminó que caer en desgracia. Ramal que para, ramal
que cierra, dijó Menem, quebrando la resistencia de los ferroviarios
contra las privatizaciones y dejando a miles de ellos sin trabajo.
Esa misma política de apertura económica menemista permitió
al grupo Benetton comprar a bajo precio la Argentine Southern Land Company
(en adelante "La Compañía), haciéndose dueño
del 9% de las mejores tierras de la región patagónica.
Hoy, más de 10 años después, el nuevo proyecto turístico
auspiciado por el gobierno de la provincia de Chubut consiste en reflotar
el tren patagónico montando un paseo guiado por la región
y, por más que los funcionarios provinciales involucrados niegan
toda relación con los italianos, una de las ofertas centrales del
paseo será la visita a las propiedades de Benetton. La proganda
oficial del tren lo presenta como "Un verdadero Viaje a los Orígenes
que sale desde la Estación Cabecera El Maitén hacia Leleque,
donde además visitará el Museo Leleleque y podrá
degustar de un asado patagónico en la estancia de la firma Benetton".
El museo es también propiedad de los Benetton, y en el servicio
ofrecido por el tren y llamado "SCHE" (servicio charteres especiales)
el pasajero abonaría todo junto; boleto de tren, entrada al museo
y comida campestre en las instalaciones del italiano, dejando claro hasta
donde llega la integración entre estado y empresarios.
Claro que para llevar adelante el proyecto tienen una pequeña dificultad,
un "trámite" como lo llama Miguel Mateo, coordinador
general del tren; son los casi 50 niños que con sus madres viven
en la estación de trenes de Leleque, y la escuela a la que concurren
ellos e incluso los hijos de los peones de Benetton.
-La estación
En todas las estaciones de La Trochita, además del andén
y el tanque de agua hay casas construidas con los mismos durmientes de
quebracho que las vías, donde anteriormente vivian los empleados
ferroviarios con sus familias. Con el cierre del tren, allí sólo
quedaron unos pocos empleados, la mayoría jubilados y de a poco,
trabajadores rurales que no tenían donde vivir y se instalaron
allí con autorización de las autoridades ferroviarias.
En muchos casos, la mudanza se realizaba para poder enviar a los chicos
a la escuela sin que tengan que recorrer todos los días largos
trechos a caballo o caminando.
Durante toda la segunda mitad del siglo XX, la estación Leleque
soñó con ser un pueblo, con correo, policía y ruta
propia. Don Yañez, con 74 años y más de 40 en el
lugar, cuenta que "Esto era hermoso, no había problemas, no
había robos. Los Serquís tenían boliche ahí
donde esta el museo, y se llenaba de gente cuando estaba la esquila. Era
una maravilla, entraba por los cuadros, traficaba por la ruta que estaba
por ahí, había bastante gente, con familias grandes y por
eso se hizo la escuelita aca. Uno andaba como dueño, andaba por
los campos, cazaba un bicho, buscaba huevos de avestruz. Una vez dijieron
que iban a hacer una aldea, llegamos a medir los terrenos, pero al final
lo pararon".
Con el cierre del tren y la llegada de los nuevos dueños a la zona,
todo cambió, y todos lo viejos pobladores coinciden en que para
peor. Laura, empleada de La Compañía desde hace 40 años,
conocedora de los origenes y los devenires de la zona, nos explica que
"Benetton cuando recién entró hizo un despido de gente
impresionante. Si antes había 250 personas trabajando, ahora no
alcanzan a 100 en toda la zona que depende de Leleque".
Junto con ello, también acapararon nuevas tierras; Laura explica
que "El paso al Rio Chubut, que es un camino vecinal no tendría
que estar cerrado. Tienen tres tranqueras con llave, y para entrar tenes
que pedirle permiso a ellos, y pescar no podés por mas que tengas
permiso, porque no te dejan. Al fondo viven familias, pero no pueden salir
por ahí, tienen que hacer 90 km de más. "
La vieja estación Leleque también sufrió las transformaciones.
Don Yañez se lamenta de que "Ahora estamos encerrados y podemos
salir nada mas para arriba", porque desde hace años las viejas
rutas comunitarias fueron incorporaradas a los campos de Benetton. Leleque
quedó como una isla de una hectarea en medio de un mar de alambrado,
y ni siquiera se puede transitar por las viejas rutas provinciales.
Los problemas con los pobladores por este motivo son frecuentes. Don Yañez
protagonizó algunos de ellos, recorriendo esos viejos callejones,
"una vez me atajó el administrador para pelearme. Me dijo
que por qué le andaba recorriendo el campo. Yo le dije "señor,
yo no le ando recorriendo ningún campo, yo trafico hace 40 años
por acá". No le pegué ni el me pegó, yo igual
me cubrí, no tenía nada mas que el rebenque, y él
andaba con guardaespaldas".
Hace 3 años el hostigamiento de los administradores de La Estancia,
al mando un gerente sintomáticamente llamado Ronald Mac Donnals,
se transformó en proyecto concreto. La intención de La Compañía
era desocupar las casas, desarmar la estación y trasladar todo
a la parte de atrás del museo, para armar el paseo completo. Y
si bien el plan no prosperó por un recurso de amparo que declaró
a la estación patrimonio provincial, la idea quedó flotando
en el aire, y la amenaza de desalojo comenzó a alterar la vida
de los pobladores del lugar.
Y el estado, para no variar, se convirtió en el encargado de hacer
el "trabajo sucio" de sacar a los pobladores del lugar.
-Los desalojados de siempre.
Una rápida recorrida por apellidos de las familias amenazadas basta
para tener una idea de la situación; Nahuelquir, Curiñanco,
Antieco, Quilaqueo; todos nombres originarios del pueblo Mapuche, campesinos
arrebatados de sus tierras y obligados a trabajar por salarios magros
para que los usurpadores se sigan enriqueciendo.
La situación social en el paraje es crítica. Las casas no
tienen agua potable, y para conseguirla hay que saltar un alambrado de
Benetton e ir con baldes o bidones hasta un arroyo que en invierno se
convierte en un rio de barro. No hay gas, y la casa y la recolección
de huevos de avestruz está registringida por el capricho de La
Compañía. Tampoco hay un puesto sanitario, según
los pobladores porque la estancia se opuso. Varios señalan que
"el agente sanitario mismo dijo que había hablado con MacDonnals
pero el le dijo que no". El médico, entonces, va una vez por
mes, cuando "ya todo el mundo está curado. El mes pasado todos
lo chicos estaban con tos, y cuando llegó ya estaban todos bien".
A pesar de la desatención, o quizás como parte de ella,
todas las mujeres del lugar recibieron gratuitamente y tienen colocado
el DIU, el Dispositivo Intra Uterino que impide que puedan quedar embarazadas
nuevamente.
Silvana Vazquez es la Directora y una de las dos maestras de la escuela
Nro. 90 de Leleque. Los alumnos, divididos en dos pequeñas aulas,
reciben todos los días una comida caliente y educación hasta
completar el 9 año del EGB. Ella narra con angustia las peripecias
que estan viviendo alumnos y personal de la escuela. "Hace dos o
tres años que no podemos llevar a cabo proyectos que tenemos. Queremos
hacer una huerta orgánica, plantar árboles, pero estamos
todo el tiempo con la fecha para irnos. Es una situación estresante,
a pesar del lugar que es tranquilo, porque no sabemos que nos va a pasar
el año que viene".
"Comenzaron a venir -continua- a presionar a las familias directamente,
a las madres que estan viviendo con sus hijos en las casas, iban casa
por casa, pero por la escuela no vinieron nunca. Iban dando en cada una
de las viviendas una noticia diferente, nunca nada estaba claro, pero
el ente que apareció presionando fuertemente fue la gente del ferrocarril."
Una de las principales promesas que recibieron los pobladores de parte
del estado fue la de entregarles casas y terrenos en Esquel o El Maitén,
a bajo costo o subsidiadas por créditos del estado. A Patricia,
con 6 hijos, le dijieron que "nos iban a hacer una casa de bajo costo
en Esquel. Que teniamos que conseguir el terreno y ellos se hacian cargo
de los materiales".
A Norma y a sus 9 hijos, les ofrecieron un trato diferente. Cuenta que
le preguntaron "si tenemos algún lugar a donde irnos, o si
podíamos buscar algún lugar donde irnos, porque quieren
arreglar para que venga gente de turismo a trabajar aca". A Doña
Candelaria, pensionada ferroviaria de 87 años, le prometieron primero
una casa en Esquel, que rechazó porque ir al pueblo para ella es
como "estar detenida", y entonces comenzaron a decirle que tratarían
de que se quede a vivir allí. Pero a su vecino, Don Yañez,
le dijieron que "va a ser dificil que la viejita de aca al lado se
pueda quedar".
Y así con todas y cada una de las familias.
Las variadas promesas nunca se cumplieron, pero la amenaza del desalojo
se volvió cada día mas concreta. "Queremos hacer el
traslado antes del verano", explica impavido el funcionario del ferrocarril,
como si se tratara de un simple movimiento de cosas.
A finales de Agosto, para aumentar la presión, una circular del
tren reglamentaba una vieja aspiración de los administradores de
La Compañía; la prohibición de tener animales, desde
ganado hasta perros y gallinas, una de las pocas formas de subsistencia
que tienen los habitantes del lugar.
Las presiones continuaron con intentos de cambiar a los chicos de escuela,
proponiendo incluso derivarlos a internados de la zona. Patricia cuenta
que "Cuando vino Don Mateo me dijo si yo había pedido el pase
de los chicos. El se quería llevar los documentos de los chicos
y sacarlos de la escuela, pero yo no se los dí". El mismo
funcionario también redactó pedidos de terrenos a nombre
de la familia de ella y su familia en El Maiten y Esquel, para acelerar
los trámites. Cuando le preguntamos por la situación de
Patricia y sus hijos, Miguel Mateo justificó sus intervenciones
diciendo que "yo le hice la nota a la señora como favor, porque
pidió el terreno pero no la hizo. Le dije que la lea y se quede
con una copia".
Pero para Patricia las cosas son diferentes. Nos explica que el funcionario
"ha querido que le firmemos planillas, pero no le he firmado ninguna,
porque no se leer".
-El viejo oficio de resistir.
De a poco, y con la amenaza del desalojo cada vez mas cerca, los pobladores
han comenzado a organizarse. Patricia nos cuenta que cuando llegaba el
delegado del tren "recorría una casa y después otra,
y no sabíamos que les decía a los demás, nunca nos
reuniamos nosotros, y ahora si, ahora hay mas unión y charlamos
entre todos".
Uno de los ejemplos que tomaron los pobladores es el de la estación
Nahuelpan del mismo trazado ferroviario, adonde están llegando
unos 12.000 turistas al año. A diferencia de la estación
Leleque, la de Nahuelpan está en el interior de una comunidad Mapuche,
y las casas de la estación, donde viven varios pobladores de la
zona, fueron arregladas por la municipalidad.
Como allí no esta Benetton, los pobres parecen no molestar, y varios
de ellos venden tortas fritas, organizan cabalgatas u ofrecen artesanias
Mapuche a los visitantes. Prane, uno de los Tehuelche que vive en Nahuelpan,
nos cuenta que cada vez que pasa el tren, gana entre 40 y 80 pesos, y
que la mayoría de las veces, la demanda termina superando a la
oferta de panes y tortas que cocina en su hogar.
¿Por qué si en Nahuelpan se pueden quedar y trabajar, en
Leleque los habitantes de la estación tienen que irse?. Aunque
la respuesta parezca obvia, para los funcionarios del tren es un enigma
dificil de resolver. O de disimular. Para Miguel Mateo, "si el tren
comienza a funcionar como antes, tenemos que recuperar con mas razon las
casas para el ferrocarril" y se queja de su suerte diciendo que "como
es gente de escasos recursos, quizás he hecho mal en informarles
todo".
Patricia ve las cosas de otra forma. Siente "que a nosotros no nos
hacen valer. A lo mejor nos ven que no tenemos capacidad". Pero todas
ellas, desde la más joven hasta Doña Candelaria, son expertas
-como cualquier mujer Mapuche- en hilar y tejer a mano o con telar, además
de damos fe- se excelentes cocineras, y actividades que se pueden aprovechar
para ofrecer a los futuros turistas.
Los chicos de Leleque también tienen mucho para decir. La maestra
cuenta que "Llegó a la escuela un proyecto del Ministerio
de Educación con el Correo Argentino, donde los chicos escribian
cartas con sobres ya pagos por el correo. Hicimos un trabajo de todos
los alumnos del tercer ciclo, y ellos escribieron cartas de lectores a
todos los diarios del país. Ellos plantean la situación
de angustia que están viviendo, que quieren quedarse, que no quieren
que se cierre la escuela".
Incluso los mismos empleados de Benetton están descontentos con
la situación. Laura nos confirma que "no es solamente el ferrocarril
el que quiere sacar a la gente, sino que también pinchan de aca,
porque no quieren tener gente ajena a la compañía aca adentro.
Es mal vivir nada más, en otras estancias de ellos hicieron lo
mismo".
-El viejo oficio de desalojar.
Los atardeceres en Leleque, entre los cerros y el horizonte alambrado
por Benetton son un espectáculo imponenente. El viento hace volar
de los arboles unas pelusas que parecen pequeños copos de algodón,
y mientras todo se va tiñiendo de dorado, se escuchan las risas
de los chicos que juegan al futbol dentro de los límites de la
estación.
Es un espectaculo patagónico, hinóspito pero con la belleza
que sólo puede tener la naturaleza.
Y es un vida tan tranquila que la llegada de una visita o cualquier hecho
fuera de lo común se convierte en noticia por semana, y incorpora
al largo rosario de anécdotas y vivencias que, compartiendo un
mate amargo, nos regalan los pobladores del lugar.
Por la noche, el silencio solo se interrumpe con el crujir de la leña
en las estufas, y el ladrido de algunos perros que a lo lejos defienden
las obejas de algún zorro en busca de alimento.
Pienso que tan sólo por el hecho de no desmantelar ese lugar, de
no borrar la sonrisa de un puñado de chicos, Benetton no tiene
derecho a aduñarse de un centímetro más.
Pero no se trata solo de eso, sino de una seguidilla de desalojos e injusticias
que viene sucediendo desde hace mas de 100 años, y que la llegada
de los nuevos reyes de La Patagonia no hizo mas que reavivar.
La compra de una provincia entera, el desalojo de los Curiñanco
hace un año, de la estación Mayoco antes, el cierre y desvio
de rios y caminos comunitarios, el alambrado de tierras fiscales y reservas
indígenas, son los antecedentes de este caso de peligro de desalojo,
quizás el más grande y más auspiciado por el estado
en los últimos años.
Textos y fotos: Sebastian Hacher Investigación periodística:
Sebastian Hacher, Hernán Scandizo Contacto: sebastian@riseup.net
Gracias a: familia Fermín, familia Curiñanco, familia Sepulveda,
al longko Lorenzo Quiraqueo, Mauro Millán, Manolo Macayo, a los
empleados del juzgado de instrucción de Esquel, y -sobre todas
las cosas- al ñanku que en el camino nos mostró su pecho
blanco para poder seguir adelante.
Para mayor información sobre el pueblo Mapuche en Chubut: Organización
de Comunidades Mapuche Tehuelche '11 de Octubre' puelmapu@geomundos.com
Tel. (02945) 45 1611.
Mas fotos disponibles en:
http://argentina.indymedia.org/news/2003/09/136320.php http://argentina.indymedia.org/news/2003/10/138518.php
http://argentina.indymedia.org/news/2003/11/151414.php
(L) Prohíbida su reproducción para fines comerciales. |